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Festividad de la Sagrada Familia | Por Mons. Martín Dávila

Imaginémonos que vemos a la Sagrada Familia en su humilde casa de Nazaret, y a la vez pidamos la gracia para imitar las virtudes que en ella resplandecen.

Por: Redacción 13 Enero 2020 10:29

La Sagrada Familia

¡Qué ambiente de felicidad y de paz se respira en aquella dichosa morada! Miremos como se dibuja la dicha en el rostro de sus moradores. San José representa el trabajo; María, la pureza; Jesús, la humildad.

La humildad abre los cimientos para construir el edificio de la santidad, la pureza es el vuelo del alma por encima de lo bienes terrenos; el trabajo es la fuente de toda prosperidad material y espiritual.

Si nos comparamos con cada uno de los miembros de esta Sagrada Familia en cuanto a las virtudes señaladas.

¡qué lejos estamos de la humildad del Divino Jesús ! ¡Qué lejos de la pobreza de María Santísima! ¡Qué lejos de la santa actividad de San José! Es por eso, que no adelantamos en la perfección, ni edificamos a las personas de casa, ni contribuimos eficazmente al bienestar de la familia.

Por lo mismo. Pongámonos a los pies de Jesús y oigamos que nos dice: “Toma sobre ti mi yugo, y aprende de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarás descanso para tu alma”.

La familia sin Dios

El laicismo imperante desde muchas décadas atrás y ahora la ideología de género, siendo ésta una ideología marxista atea y materialista que tiene como uno de sus fines la destrucción de las leyes naturales y divinas, han ido formado otro ideal de la familia enteramente contrario.

Esta nueva familia. Suprime a Dios, y con esto el fundamento de la humildad. Si el hombre, cualquiera que sea su condición social, no es guiado por una mano suave y omnipotente, que convierta en bien la prueba y el sufrimiento de la vida, si nada tiene que esperar en el cielo, ha de luchar por la vida con todos sus contrarios, en lucha dura y egoísta y sin entrañas. Y todo se convierte en odio a los que más tienen, en envidia a los más dichosos, siendo esta la ley de existencia.

La familia sin Dios predica la igualdad absoluta entre marido y mujer, entre padres e hijos. No conoce la subordinación de la mujer al marido, ni la obediencia de los hijos a los padres. El padre, si pretende gobernar su casa, ha de ser imponiéndose por la fuerza, como un déspota.

La familia sin Dios no conoce el valor de la resignación y del sacrificio. Para ella el fin de la vida es gozar. Toda pasión, por desenfrenada que sea, tiene derechos que se han de respetar. Con esto, ¿a qué se reduce la unión sagrada de los esposos?

Lamentablemente muchas de las familias de esta sociedad moderna, han sido infectadas con estas doctrinas destructoras del laicismo individualista y la ideología marxista del género.

Pero, sin duda habrá ciertos padres ingenuos o liberales que digan: “Los buenos padres no necesitamos tener una religión para educar a nuestros hijos con principios de amor, respeto, honestidad, responsabilidad.

Infundir sin Dios, dichos principios y valores es caer en el caos, desorden y barbarie que estamos viviendo actualmente, por que si hablamos del “amor” sin Dios, lo único que impera como en la actualidad es el egoísmo; sucede algo parecido cuando hablamos del “respeto” sin Dios dando como resultado que en estos días prevalezcan los caprichos, los abusos, la violencia y la muerte en todos los niveles.

Lo mismo sucede si hablamos de “honestidad” sin tener en cuenta a Dios ustedes pueden ver hoy en día las terribles consecuencias en la abundancia de la corrupción en todos los estratos de la sociedad; lo mismo sucederá al tratar de infundir “responsabilidad” sin tener en cuenta a Dios el resultado será lo que esta sucediendo, una irresponsabilidad en padres e hijos, y en todos los niveles.

Recordemos que todo este desorden es debido a que el hombre se ha olvidado de Dios y se ha dejado llevar en muchos de los casos de una manera inconsciente de las doctrinas destructoras, hedonistas y egoístas que tanto propagan los estados laicos a través de la educación, y los medios de comunicación.

La solución de todo este desorden y crisis no los da San Pablo el cual nos dice: El único remedio para este mal, no es el amor que se basa en lo impuro, ni en el goce de los sentidos. Sino en el amor que supone una vida espiritual.

Y cuando esta vida espiritual no se ha enfocado en las líneas del pensamiento y no se ha hecho, al mismo tiempo, norma de vida, es imposible querer restaurar lo que se ha roto. El amor debe estar amasado con las virtudes de la humildad, la pureza y el espíritu de sacrificio. Esto es realmente lo que lo conserva y lo eleva. Cuando éstas se ausentan, va perdiendo solidez el edificio de la familia.

Si en lugar de una vida de fe, se entregan los esposos y la familia a una vida enteramente material; si en vez de vivir fuertemente aferrados a la esperanza del cielo, quieren saciar todas sus egoístas necesidades en esta vida; si en vez de la caridad, viven de egoísmos.

Si en vez del recogimiento y de la modestia cristiana, la mujer busca saciar su afán de coquetería y pasa más tiempo en las fiestas y reuniones que en su hogar; y a la vez, el esposo busca y desea participar de todas las diversiones que existen en el ambiente.

Si en vez del recato y la humildad, ambos esposos buscan para sí mismos, y el uno para el otro, la exhibición de sus ropajes; si en vez de querer sacrificarse unidos por sus hijos, se les considera como despreciables porque limitan los propios goces; si en vez de la oración vespertina, se pasan las últimas horas en la televisión, redes sociales, internet, videojuegos.

Si la castidad y la fidelidad son un mito. Hay que preguntarnos, ¿existe hogar y familia? ¿existe ambiente educativo en el hogar? ¿qué será de los hijos?

Si a esto le añadimos las pasiones, las diferencias de caracteres y la incomprensión por las diferentes psicologías, el orgullo del hombre que se cree infalible y que cree que no puede darse otro pensamiento más que el suyo, y que tiene el monopolio de la verdad.

La susceptibilidad femenina que hace de cada detalle una puñalada a su sensibilidad; todo esto, es una amenaza a la estabilidad del edificio matrimonial, y siempre por terrible necesidad, actúa en forma dolorosa sobre las tiernas almas de los hijos.

Por eso San Pablo, en sus célebre Primera Carta a los Corintios, capitulo XIII de la caridad fraterna, nos señala el remedio de muchos de estos males. No basta el amor, es necesaria la caridad en el sentido cristiano.

Por lo tanto, necesitamos practicar aquella caridad: “Que es paciente, dulce y benéfica; que no es envidiosa ni precipitada; que no se hincha de orgullo, ni conoce desdén, ni corre en pos de sus intereses propios; que no se enfada ni riñe; que no admite juicios temerarios; que no se goza de la injusticia, sino de la verdad; es decir aquella caridad, que todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre.

Esta es perenne, y por lo tanto, no logrará borrarla ni la vejez ni aun la muerte, la caridad de tiernos sacrificios y de prolongadas paciencias. La caridad sin cual no somos más que bronces sonoros y timbales retumbantes.”

La familia moderna si realmente quiere que vuelva la armonía familiar y la verdadera paz a la sociedad tendrá que volver los ojos hacia el Señor, arrojando de su corazón la soberbia y el egoísmo que le destruye y que lleva a su alma al vacío de Dios.

Por medio de la humildad y de la caridad tendrá que poner nuevamente en su corazón a Dios, ya que realmente El. y es el único que puede llenar ese vacío. Y si así hace, entonces gozará de verdadera felicidad la familia que es la base de la sociedad.

Para realizar este objetivo, la familia debe ser un triángulo que consista de Dios, los padres y los hijos. Nuestro Señor nos enseñó esto cuando elevó el matrimonio al grado de sacramento. Por este medio el proporciona las gracias para el verdadero éxito espiritual en la vida familiar, a pesar de la pruebas y tribulaciones que se tengan que afrontar.

Por último. Quiera el Señor, que las familias de hoy, sigan siempre las virtudes y buenos ejemplos de la Sagrada Familia; esto sólo se conseguirá siendo fieles a Dios y dándole el primer lugar en todas sus acciones y sobretodo en sus corazones.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx

 


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