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Festividad de la Inmaculada Concepción de María Santísima

Por Monseñor Martín Dávila Gándara | Ave María gratia plena. El 8 de diciembre nuestra Santa Madre la Iglesia Católica celebra con gran dicha y alegría la declaración solemne del dogma de fe de la Inmaculada Concepción de María Santísima.

Por: Redacción 08 Diciembre 2024 11:58

Es común opinión que San Juan Bautista y San José fueran santificados antes de su nacimiento. Pero no dejaron de contraer antes el pecado original, en virtud de la ley general.
 
Solamente María por un singularísimo privilegio de Dios, fue preservada de la mancha original. Siendo pues, el objeto de la presente festividad: 1.- La verdad y la Excelencia de este privilegio; 2.- Las enseñanzas prácticas que se deducen para nosotros.
 
Verdad y excelencia de este privilegio.
 
1.- Es de fe que María fue concebida sin la mancha de pecado original. Esta creencia, admitida universalmente en la Iglesia desde los primeros siglos y expresada de diversas maneras en la sagrada liturgia, fue solemnemente declarada dogma de fe por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. En 1858 la Santísima Virgen María apareciéndose a Bernardita en Lourdes Francia, se denominaba a sí misma: < ¡ Yo soy la Inmaculada Concepción!>.
 
Consideremos ¡Qué gran cantidad e infinidad de milagros obrados por la Santísima Virgen de la Inmaculada Concepción en Lourdes como confirmación de este dogma católico!
 
2.- Esta verdad había sido anunciada desde el principio del mundo por estas palabras de Dios a la serpiente infernal: “Una mujer te aplastara tu cabeza”; después fue significada en diversos símbolos: Como el arca de Noé flotando en medio de las aguas del Diluvio, la zarza que que vio Moisés qué ardía sin consumirse, el vellocino de Gedeón. Así también, como la Esposa del libro Sagrado de los Cantares que dice: “Toda hermosa eres, amiga mía (María) y mancha alguna no hay en ti” (Cant., IV, 7).
 
3.- Este privilegio se le concedió a María en virtud de los méritos y de la muerte previstos del Salvador, su futuro Hijo. A los demás hombres se aplican en el bautismo los méritos de la Redención por vía de remedio, es decir, para curarlos y reparar en ellos las ruinas causadas por el pecado.
 
Pero a María le fueron aplicados por vía del antídoto, de preservativo, para impedir que modo alguno fuese afectada, manchada o infectada. Todo mundo ve cuánto supera en excelencia y sublimidad esta segunda clase de redención a la primera.
 
4.- ¿Por qué se le concedió semejante privilegio? Porque Dios le había destinado ab eterno para ser madre del Verbo encarnado; debía ser el templo, el santuario, el tabernáculo de la Divinidad en la tierra.
 
Más que eso: debía de proporcionar a la Divinidad la misma substancia de su cuerpo para que la Encarnación y sus admirables efectos pudiesen realizarse. Ahora bien, ¿cómo suponer que la que había de contraer lazos tan estrechos con la augusta Trinidad fuese, siquiera un solo instante, empañada en su hermosura por la mancha del pecado y tuviese así al demonio por primer señor y dominador?
 
Por lo mismo, convenía, pues, al Padre eterno que su amada Hija jamás fuese su enemiga; convenía al Hijo que su madre jamás fuese viciada en la carne y en la sangre que le había de comunicar a Él; convenía al Espíritu Santo que su Esposa fuese siempre hermosísima, siempre purísima, siempre santísima, siempre dignísima de sus delicias.
 
Por otra parte conferir a María semejante inmunidad y tal privilegio no era en manera alguna superior al poder divino; luego, Dios se los concedió, como dice la misma Santísima Virgen María en el Magníficat: “Porque ha hecho en mí maravillas el poderoso cuyo nombre es Santo”. (Lucas I, 49)
 
Por los mismo: Regocijémonos en el Señor y demos gracias a la Santísima Trinidad; y felicitémonos con María Santísima por el singular privilegio que le fue concedido de ser bienaventurada por todas las generaciones.
 
Enseñanzas practicas para nosotros.
 
1.- Todos nacemos manchados con el pecado original. Por un sólo hombre entró el pecado en este mundo—dice San Pablo—en quien todos pecaron (Rom., V, 12). Este pensamiento nos ha de conservar en grandes sentimientos de humildad y en un saludable temor; y esto lo reconoce muy bien el rey David en el Salmo 50: “En iniquidad fui concebido: y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 50, 7).
 
2.- Por singular bondad divina nosotros, con preferencia a tantos millones de otros hombres, hemos sido escogidos por Dios, librados de aquel pecado y arrancados a la esclavitud del demonio, al recibir el santo Bautismo. Y está gracia ha sido para nosotros la fuente de otras mil, como el primer eslabón de una cadena infinita. Por este mismo motivo de nuestra parte sólo debería haber sentimientos de agradecimiento y amor a Dios Nuestro Señor por esta distinción.
 
3.- María Santísima fue fidelísima a esta primera gracia de su Inmaculada Concepción. Y nosotros. Acaso ¿Hemos sido fieles a la gracia y a nuestras promesas bautismales? ¿Qué hemos hecho de la vestidura de inocencia que se nos dió, de la dignidad de hijos de Dios, del título de cristianos, que nos fueron conferidos?
 
4.- María fue exenta, no sólo de la mancha original, sino también de sus funestas consecuencias—excepto de la muerte, por causas que se dirán al hablar de la Asunción—. Todo en ella estaba perfectamente ordenado, en una paz completa y sin propensión alguna al mal. Y, sin embargo, ella vigilaba y oraba sin cesar.
 
Nosotros, por el contrario, que vivimos rodeados de enemigos, que estamos inclinados al mal, que vivimos en peligro continuo de ofender a Dios, digadme: ¿dónde está nuestra vigilancia? ¿Amamos, como María, el retiro y la oración?
 
5.- Finalmente, recordemos que María fue concebida sin pecado, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios. Pues bien, nosotros, pobres pecadores, ¿no tenemos como verdadero fin de nuestra vida acá en la tierra, el honor incomparable de introducir en nosotros mismos al mismo Verbo de Dios hecho carne en la Eucaristía, y de ser sus templos?
 
¡Cuán puros tendríamos que ser para comulgar dignamente! Por lo mismo, recurramos a María, a la Virgen sin mancilla; que ella nos ayude a quitar de nuestros corazones toda suerte de inmundicias, para que merezcamos ser tabernáculos de Jesucristo.
 
Por último. Recordemos, que si Dios hizo semejante gracia a María no solamente porque ella había de ser su Madre, sino también porque había de serlo nuestra. Pidámosle que nos acoja bajo su manto maternal, nos proteja, nos ayude a permanecer limpios de todo pecado, a vivir de un manera digna de Dios, para merecer verle y amarle con Ella, en los cielos.
 
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.
 
 
Sinceramente en Cristo
Mons. Martín Dávila Gándara
 
Obispo en Misiones
 
Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx

 


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