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La tentación | Por monseñor Martín Dávila Gándara

“Fue conducido Jesús en espíritu al desierto, en donde fue tentado por el diablo” (Mat., IV, 1).

Por: Redacción 22 Febrero 2021 15:29

Jesucristo quiso ser tentado por el demonio para ser nuestro modelo y para enseñarnos con su propio ejemplo cómo vencer al diablo. Demos gracias por ello, y pidamos que nos asista nos de fortaleza en las luchas que debemos sostener contra Satanás y los enemigos de nuestra alma.

Consideremos:

LA NATURALEZA DE LA TENTACIÓN

1. La tentación es una solicitación al mal, un movimiento interior, excitado en nosotros por el demonio, para hacernos caer en el pecado.

2. La tentación en sí no es pecado; pecado es el consentimiento que se da a ella. Esto explica por qué Jesucristo nos enseñó a decir: “No nos dejes caer en la tentación” (Mat., VI, 13), en vez de decir: “No dejes que seamos tentados”. Hay tres grados en la tentación: La sugestión, la delectación, el consentimiento.

La sugestión. Es la simple proposición o representación del pecado, ofrecida a nuestro espíritu. Es una solicitación al mal; pero no es pecado cuando no se pone la persona en la ocasión voluntaria ni da su consentimiento. El demonio sugirió a Jesucristo que convirtiese las piedras en pan, etc. (Mat., IV, 3); empezó insinuándose por sugestión en el alma de la primera mujer (Gén., III, 1).

La delectación. Es una especie de complacencia o placer natural producido en nosotros por la vista del mal que se nos propone. Por violenta que sea, mientras no sea deliberada y voluntaria, no es pecado. Sin embargo, constituye un peligro y sirve de arma poderosísima en las manos de nuestro enemigo. Ya que la delectación precedió a la caída de Eva (Gén., III, 6). Tengamos cuidado también cuando sintamos que la delectación invade nuestra alma.

El consentimiento. Es la adhesión de la voluntad al mal; el placer, ofrecido por la sugestión, es deseado libremente, querido, aceptado y consentido con plena advertencia hay, pues pecado: Si la persona comete la acción mala sugerida por el tentador; si la persona consiente en ella, si la quiere o la desea positivamente, aun sin cometerla exteriormente; si el sujeto se expone a ello voluntariamente.

3. Notemos que el pecado no está en el sentir; porque no depende de nosotros el no sentir la tentación, sino que está en el consentimiento, el cual depende de nuestra voluntad.

4. Las personas que habitualmente viven en el temor del pecado no deben de turbarse si dudan haber consentido a la tentación; vuélvanse con toda humildad y confianza hacia Dios y abandónense a Él, así como dice el Salmo 90, 15: “Estaré con él en la tribulación” y el Salmo XV, 8: “Porque con el Señor a mi derecha no seré conmovido”.

 

LA NECESIDAD DE LA TENTACIÓN

1. Es penoso y humillante ser tentado; pero es preciso someterse a esta ley. Dios no puede tentar a nadie, en el sentido que se ha explicado; sin embargo, por razones de su sabiduría, permite la tentación. El hecho de la tentación es patente; nuestra vida es una tentación continua: “Milicia o guerra es la vida del hombre sobre la tierra” (Job VII, 1). Tal es la historia de todos y de cada uno.

He aquí por qué Jesucristo en el desierto quiso ser nuestro modelo. Y después, ¡cuántas recomendaciones se ha dignado hacernos respecto a esto. Por eso nos decía: “Vigilad y orad, para que no entréis en tentación. El espíritu está dispuesto, más la carne es débil” (Mat., XXVI, 4

“Satanás os ha reclamado para zarandearos como se hace con el trigo” (Luc., XXII, 31). Y no dejes caer en la tentación. San Pedro nos dice: “Sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros en busca de presa que devorar” (I Ped., V, 8). Y San Pablo: “Hemos de pelear contra los príncipes de las tinieblas” (Efes., VI, 12).

2. Terrible necesidad de la que no estuvieron exentos los santos. Ni el santuario ni el claustro preservan al hombre de los asaltos del demonio. Eva sucumbió en el Paraíso, San Antonio fue tentado en el desierto, San Jerónimo en la gruta de Belén; San Martín y otros mil. Por eso el Espíritu Santo nos advierte: “Hijo, entrando al servicio de Dios, prepara tu alma para la tentación” (Ecli., II, 1).

El demonio—dice S. Jerónimo—”no ataca a los paganos; son sus súbditos, sus esclavos; tampoco se preocupa mucho de los malos cristianos, que se le han entregado. A los que ataca con preferencia es a las almas generosas que quieren servir a Dios con todo su corazón”. También S. Juan Crisóstomo afirma que el alma tentada es acepta a Dios. La historia de Job, de Tobías, de San Pablo, etc., dan fe de ello.

3. Es necesario, pues, estar siempre dispuestos a combatir, con la firme resolución de vencer. Jamás nos faltará el socorro de Dios: Él está cerca de nosotros, y como dice S. Pablo: “No permite que seamos tentados sobre nuestras fuerzas” (I Cor., X, 13). Y cuando S. pablo se quejaba del aguijón de carne, el Señor le dice: “Bástate mi gracia” (II, Cor., XII, 9); a San Antonio, a Santa Catalina de Sena les decía: “¡Yo estaba en medio de tu corazón!”.

 

LA UTILIDAD DE LA TENTACIÓN

San Agustín formuló este principio dogmático: “Dios, en su sabiduría, juzgó mejor sacar bien del mal, que no permitir que no hubiese mal alguno”. Esta verdad es aplicable a las tentaciones, y nos conviene comprender por qué Dios quiere o permite que seamos tentados. San Juan Crisóstomo dice, “que Dios permite el mal para nuestro mayor bien”.

1. Para probar la fidelidad de sus servidores y de sus amigos y hacerla resplandecer con más vivo fulgor. Como dice el libro de la Sabiduría III, 5: “Dios hizo prueba de ellos, y los halló dignos de sí”.

Para ello consideremos como Dios probó a José, a Job, a Tobías en el Antiguo Testamento, y a los Mártires en el Nuevo Testamento. Por eso decía San Basilio: “Para conocer un buen soldado, no basta verlo en el cuartel o en el reposo, si en el campo de batalla”.

2. Para purificarnos. Porque dice el Espíritu Santo: “Al modo que en el fuego se prueban el oro y la plata” y en él se purifican, “así se prueban en la fragua de la tribulación los hombres aceptos” a Dios (Ecli., II 54); y el Salmo XVI, 3: nos dice: “Si pruebas mi corazón, si me visitas en la noche, si me pruebas por el fuego, no encontrarías malicia en mí”.

Exclamaba el abad Ruperto “¡Oh!, Satanás—tú odias a Dios y, a pesar tuyo, haces su obra; tienes la intención de hacer el mal, y le prestas un servicio; nos persigues, pero persiguiéndonos nos ensalzas; semejante a un martillo, golpeas furiosamente el oro del Señor, pero tus golpes sólo sirven para darle más esplendor”.

3. Para enseñarnos a conocernos mejor y a permanecer en la humildad. Dice el Sabio: “¿Qué sabe el que no ha sido tentado? (Ecli., XXXIV, 9). Las tentaciones nos revelan nuestras debilidades, nuestras miserias, nuestros defectos; nos muestran nuestra nada, nuestra impotencia sin Dios. Las tentaciones, consiguientemente, nos obligan a mayor vigilancia, a desconfiar de nosotros mismos, a mayor humildad, y a más fervor.

Vemos como San Pedro cayó por presunción; y después de su caída vemos en él ¡mucha humildad! Y San Pablo fue violentamente tentado y él mismo lo describe de la siguiente manera: “Por la grandeza de las revelaciones, para que no me levante sobre lo que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás que me abofetee, para que no me engría” (II, Cor., XII, 7). En fin, los enemigos o los ladrones difícilmente toman una ciudad o una casa si se vigila día y noche.

4. Para fortalecer nuestra virtud, como dice el mismo San Pablo en II Cor., XII, 9: “Pues en la flaqueza se perfecciona la fuerza”. Los árboles plantados en las montañas altas y combatidos por los vientos, tienen raíces más profundas.

Un fuego bien encendido, en una corriente de aire encuentra todavía más actividad. Así un alma generosa y fuertemente templada aprovecha en la tentación más bien que pierde en ella. La virtud no se adquiere sin oposición y sin combate. ¿Cómo llegaremos a ser mansos y pacientes, sino tenemos contradicciones?

5. Para ayudarnos a expiar nuestras faltas y a adquirir más méritos para el cielo. Así como dice Santiago I, 12: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación porque, una vez probado, recibirá la corona de vida que el Señor tiene prometida a los que le aman”.

Cada acto de virtud, es decir, cada tentación vencida, merece un aumento de gracia, un nuevo grado de gloria. Cuanto más numerosos y terribles sean los combates, más preciosa y resplandeciente será la corona.

Pero se debe notar bien aquí la necesaria correlación: no hay corona sin victoria, no hay victoria sin combate, y no hay combate sin enemigo que vencer. Es por eso por lo que algunos santos se quejaban de no tener bastantes tentaciones, temiendo caer en la tibieza y perder la corona.

Por último, queridos hermanos, sometámonos, pues, humildemente a todas las tentaciones que nos vengan; y lejos de perder el ánimo, bendigamos a Dios y combatamos valerosamente; ya que con nosotros está Jesucristo.

Gran parte de este escrito está tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.

 

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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