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La Gracia Divina / Por Monseñor Martín Dávila Gándara

'La Fuente de la Gracia' - Anónimo, c. 1430-1455

“Todo lo puedo con aquel que me conforta” (Fil., IV, 13).

Por: Redacción 16 Noviembre 2019 13:45

La palabra “gracia”, se deriva del latín “gratia” y tiene diversos significados: hermosura, amistad, benevolencia, favor, agradecimiento, pero entre todos ellos, el significado más usual es el de beneficio, don, todo lo que se da o se recibe gratuitamente.

De este último significado se originan las determinaciones especificas de la palabra “gracia” en el lenguaje teológico. “Gracia” equivaldría a un don gratuito de Dios al hombre, en relación con su destino eterno. Puede ser interna o externa.

En este escrito se va a considerar más a la gracia interna que la externa. De esta última, será oportuno, sólo recordar la definición de la doctrina cristiana.

GRACIA EXTERNA

La Gracia externa se define o se llama a la que está colocada fuera del hombre. La cual “es percibida por los sentidos externos, esto es, no mueve al hombre desde su interior.

Son gracias externas, por ejemplo, el preservarnos Dios de muchos peligros de pecado, los edificios para el culto, las asociaciones piadosas, la compañía de las personas buenas, la predicación, los ejemplos de los santos, los milagros.

Cuando se afirma que para el apostolado es necesaria la gracia interna, no quiere decir que se ha de menospreciar las gracias externas.

Las gracias externas es verdad que, de por sí, no causan ni confieren la gracia actual interna. Sin embargo, Dios las suele acompañar de gracias internas particulares. Por eso, nos recuerda la Liturgia en el breviario, que: “El Señor acompaña a sus predicadores”.

GRACIA INTERNA

De cual se verá: La naturaleza de la gracia; su necesidad; su eficacia; la obligación de cooperar a ella.

NATURALEZA DE LA GRACIA

La gracia es un don sobrenatural, interior, que Dios nos concede en vista de los méritos de Jesucristo, para conducirnos al cielo.

Explicación de esta definición:

Es un don, es decir, un regalo o beneficio esencialmente gratuito al cual no tenemos derecho alguno, y que comunica a nuestra alma la vida divina.

Sobrenatural, esto es, un don de orden tan elevado, tan superior al de la Naturaleza, que ningún ser creado, sea el que fuere, lo puede merecer u obtener por su propia virtud y sus obras, o exigir como cosa debida por título alguno. Ahora bien, por medio de la gracia podemos nosotros producir actos también sobrenaturales y meritorios para el cielo.

Interior, concedido sólo al alma; lo que hace a este don tanto más precioso cuanto nuestra alma es más preciosa que nuestro cuerpo.

Concedido por Dios, porque sólo Dios es el autor de todo don perfecto, y sólo Él puede darnos también participación en su vida y en su poder.

En vista de los méritos de Jesucristo, porque, habiéndonos el pecado despojado de todo, sólo por Cristo y los méritos de su pasión en al Cruz podemos recibir la gracia, la vida, la salvación. Por eso, nos dice S. Juan I, 17: “Porque la ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vino por Jesucristo”.

Para conducirnos al cielo; tal es nuestro fin sobrenatural; y la gracia nos hace tender a él, haciéndonos santos y dignos de la vida eterna.

Hay dos clases de gracia: la gracia santificante o habitual y la gracia actual.

La gracia santificante es la vida de Dios en nosotros, o sea, una pequeñísima participación de la esencia divina en nuestra alma. Se llama santificante porque nos hace santos, justos, agradables a Dios. Se llama habitual porque se establece y se fija en nuestra alma de una manera permanente.

De ella se trata cuando decimos: el estado de gracia. En otros términos, es como dice S. Pablo en Rom., V, 5: “Es la caridad o amor de Dios, derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que se nos ha sido dado”.

La Gracia santificante se nos confiere en el bautismo, se conserva por las buenas obras y por la recepción de los sacramentos; se debilita por el pecado venial y la tibieza; se pierde por el pecado mortal; se recupera por el sacramento de la Confesión o penitencia.

La gracia actual es un auxilio transitorio que Dios nos concede para hacer el bien y evitar el mal, para tal o tal acto en particular, a fin de que este acto sea bueno y meritorio para el cielo. Se nos da para cada acción buena.

La gracia actual, es necesaria a los justos y a los pecadores. Nos sirve para conservar, aumentar y también recuperar la gracia santificante. Es una luz celeste que ilumina nuestra inteligencia; un piadoso movimiento que dispone nuestra voluntad al bien y le ayuda a cumplirlo.

¡Cuántas gracias debemos dar a Dios por su bondad, su generosidad, por su cuidado paternal en ayudarnos así en todo tiempo, en todas las horas! Por eso, decía San Pablo: “Gracias sean dadas a Dios por su inefable don” (II Cor., IX, 15).

NECESIDAD DE LA GRACIA

La gracia santificante es necesaria, porque es la vida de Dios en nosotros, sin la cual nuestra alma está muerta a la vida sobrenatural; por eso se dice que sin el estado de gracia no hay salvación posible.

La gracia actual también es necesaria:

Porque sólo ella puede conservar y establecer en nosotros la gracia santificante. Por tanto, sin la gracia actual no hay gracia santificante, y sin ésta no hay salvación.

Lo que San Bernardo dice tan suavemente del Nombre de Jesús se puede aplicar en todos sus puntos a la gracia: “Es igualmente para nosotros, luz, alimento y medicina”.

Porque sólo ella puede hacernos evitar el mal y realizar el bien en el orden sobrenatural; debe estar, por decirlo así, en la raíz de todo acto bueno, como la savia que lo vivifica.

Por eso decía San Juan: “Porque sin mí no podéis hacer nada”. “Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecieres en mí” (Jn., XV, 5 y 4).

Si ella no podemos hacer acto alguno sobrenatural y meritorio para el cielo. Por lo mismo, dice San Pablo: “Nadie puede decir, Jesús es el Señor, sino en el Espíritu Santo” (I Cor., XII, 3); “No que de nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, que nuestra suficiencia viene de Dios” (II, Cor., III, 5); “Pues Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito” (Fil., II, 13).

Por lo tanto. “Cuando hacemos el bien, dice San Agustín, nosotros lo hacemos, pero es Dios quien nos lo hace hacer”.

Esto mismo, lo expresa la Iglesia en sus oraciones, cuando dice: “Te rogamos Señor que prevengas nuestras acciones con tu gracia y la continúes con tu auxilio, para que todas nuestras acciones y obras comiencen en ti siempre y terminen en ti”.

Es cierto que nosotros sin la gracia de Dios no podemos resistir a las tentaciones. Por eso decía Salomón: “Recibí en suerte un alma buena. Pero, conociendo que no podía alcanzarla de otro modo, si Dios no me la daba” (Sab., VIII, 19 y 21). Y Jesucristo nos lo recuerda, cuando nos enseña el Padre Nuestro: “Y nos dejes caer en tentación” (Mt., VI, 13).

Tampoco podemos por nosotros mismos, levantarnos de nuestras caídas. Esto mismo reconocía Efraim, cuando le suplicaba al Señor: “Conviérteme y yo me convertiré” (Jer., XXXI, 18).

El hombre por sí mismo, tampoco puede obrar algún bien sobrenatural, o perseverar en él, sino por la ayuda divina de la gracia.

De éstas verdades sacamos una doble conclusión:

La Necesidad de portarnos siempre humildemente delante de Dios, reconociendo nuestra profunda miseria, nuestra impotencia, y nuestra nada. Por eso dice el Salmo 38, 6: “Mi existencia delante de ti Señor es nada”

La Necesidad de orar incesantemente, de pedir con gran confianza todas las gracias. Esto nos lo recuerda muy bien Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo, cuando nos instruye sobre la importancia y necesidad de la oración: “Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mt., VII, 7).

EFICACIA DE LA GRACIA

Debemos estar conscientes de que nada podemos sin la gracia de Dios, de que con ella todo lo podemos, pues la gracia es el espíritu de Dios, la virtud de Dios, la fuerza de Dios, que obra en nuestra alma. Por eso decía San Pablo: “Todo lo puedo con aquel que me conforta” (Fil., IV, 13).

Éstas palabras de San Pablo se comprueban en los santos, porque. ¿De dónde les venía tanta constancia y resistencia a los mártires? ¿De dónde tantos actos maravillosos, tantas virtudes heroicas, y sobrehumanas, a los santos? La respuesta está en la gracia de Dios; porque la gracia es una semilla de fuerza, de virtud, de bien, de mérito, de salvación.

“Todo los puedo en aquel que me conforta” ¡Qué confianza y qué generosidad debe inspirarnos esta verdad tan consoladora! Ya que sí, es seguro que con la gracia de Dios, nosotros podemos resistir a todas las potestades del infierno, vencer nuestras pasiones, destruir nuestros malos hábitos, practicar las más sublimes virtudes, y con todo ello, llegar a ser santos.

Alejemos, pues, de nosotros esa funesta pusilanimidad que que hace decir a tantos cristianos: ¡Yo no puedo! Ya que esto, sería una injuria a la gracia. Al contrario, debemos repetir más bien con el Apóstol: “Todo lo puedo con aquel que me conforta”, y también repitamos con San Agustín: Dios nos da su ayuda y fuerza.

OBLIGACIÓN DE COOPERAR A LA GRACIA

He aquí un punto de mucha importancia. Aunque nosotros lo podemos todo con la gracia de Dios, sin embargo, la gracia no puede producir nada verdaderamente meritorio sin nuestro concurso o cooperación. Por eso dice San Pablo: “Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no resultó vana, antes me he afanado más que todos ellos” (I Cor., XV, 10).

Sobre la obligación que tenemos de cooperar a la gracia, sabiamente dice San Agustín: “El que te ha creado sin ti no te salvará o justificará sin ti”. Esto es demasiado cierto debido a que uno puede rehusar corresponder a la gracia. Nada falta de parte de Dios, que siempre da la gracia suficiente; pero nuestro concurso o cooperación es quien la hace eficaz.

Por lo tanto, vigilemos, pues, temiendo que nuestra negligencia o el abuso de las gracias no nos haga culpables delante de Dios y dignos de castigo. Sigamos los consejos de San Pablo que nos dice: “No seas negligente o descuides la gracia que posees” (I Tim., IV, 14); “Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (II Cor., VI, 1).

Una cosa cierta es que el abuso o la negligencia nos priva de nuevas gracias, o de gracias de elección que Dios nos preparaba, y que nos conduce poco apoco a la ceguera, al endurecimiento, a la condenación.

¡Oh! ¡qué peligroso es deslizarse por esta pendiente! Veamos al pueblo judío, a Judas, a aquel joven llamado por Jesucristo y que fue infiel a su llamamiento.

Los principales obstáculos que se oponen a una cooperación fiel a la gracia son ordinariamente el orgullo, la sensualidad, el amor desordenado a la criaturas y a los bienes de la tierra, la pereza, la ligereza.

¡Dichosas las almas fieles a la gracia! Que van de virtud en virtud. Dios será tanto más liberal y bondadoso respecto a ellas, en cuanto ellas muestran más su generosidad. Ahí tenemos los ejemplos de David, de los de la ciudad de Ninive.

Para cooperar a la gracia se necesita valor, porque la gracia no suprime a la virtud sus dificultades y mortificaciones. Por eso, dice San Ambrosio: No rehusar el trabajo, si queremos los frutos. Ya que el mérito y la recompensa serán en proporción de los esfuerzos y del trabajo. Recordemos a los criados a quienes su señor había confiado talentos para que negociasen (Mt., XXV, 15 y sigs.).

Conclusión. Demos gracias a Dios por su bondad y su liberalidad para con nosotros. Por lo mismo, pongamos en Él toda nuestra confianza. Pero seamos humildes, y fieles aún a las menores gracias. Ya que estas gracias son de un valor infinito, por ser el fruto de la misma sangre de Jesucristo.

Por último. Hagamos fructificar esta semilla divina esparcida en nuestras almas con tanta abundancia, a fin de que ella haga de nosotros trigo puro, digno de ser recogido por los ángeles en los graneros del Padre celestial. Así sea.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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