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La costumbre de pecar | Por Monseñor Martín Dávila

“Ten confianza, hijo, que perdonados te son tus pecados”. Veamos a quién representa ese infeliz paralítico de este Evangelio, y cuán miserable sea el estado de parálisis espiritual que analógicamente es comparable con la costumbre de pecar, y cuáles son los remedios a propósito para sanar de la misma.

Por: Redacción 26 Septiembre 2021 11:16

Analogías del paralítico y la parálisis.

En el sentido moral, ese paralítico representa al cristiano que, cometiendo el pecado se va familiarizando con él hasta el punto de convertirlo en un hábito. Y en efecto:

1. Así como la parálisis es una debilitación nerviosa; así también la costumbre de pecar es una debilitación de las fuerzas del alma.

2. Así como el que ha contraído esa enfermedad corporal se siente incapaz de producir cualquier acto, así también el cristiano que tiene el hábito de pecar se halla en un estado de languidez espiritual que le hace inepto para producir cualquiera obra buena en favor de su propia alma.

3. Así como el que sufre parálisis en el cuerpo no puede moverse ni levantarse del lecho, así también el cristiano que ha contraído la costumbre de pecar, nunca puede por sí mismo levantarse, sino que tiene necesidad de un poderoso auxilio de la gracia Dios.

Cuán deplorable es esta costumbre.

La costumbre de pecar, o sea el estado de parálisis espiritual, es en extremo mísera y deplorable. En efecto, la costumbre de pecar ciega la mente, endurece el corazón y debilita las fuerzas.

1. Ciega la mente.

Efectivamente, los hombres al pecar no hacen otra cosa que preferir sus deseos desordenados a la recta razón, el vicio a la virtud, y los bienes caducos y miserables de esta tierra a los bienes celestiales y eternos.

Y al practicar esta pecaminosa supeditación en una serie de actos no interrumpida, se privan ellos mismos de la luz verdadera, dice San Eusebio.

Así como el rayo solar no puede entrar en el aposento del hombre que le ha interceptado el paso cerrando la ventana, de un modo semejante la verdadera luz de justicia no puede iluminar la mente del hombre cuando éste prefiere permanecer envuelto en las tinieblas del pecado.

Por eso, dice San Juan “Vino la luz del mundo, los hombres amaron más tinieblas que la luz porque sus obras eran malas” (Jn., III, 19) Por esto puede con toda razón afirmarse, así como dice el Libro de Sabiduría: “Porque los ciega la su maldad”. (Sab., II, 21)

2. Endurece el corazón.

Es indudable que, a los primeros pecados, se experimenta en seguida el aguijón o el remordimiento de la conciencia que reprueba el mal hecho, dependiendo esto del corazón que es muy sensible.

Más, a medida que se multiplican los pecados, se deja ya de sentir ese aguijón o remordimiento de la conciencia: es que el corazón está ya endurecido, según el dicho de San Bernardo, es duro el corazón que no teme los castigos de Dios, ni se sonroja ante los hombres.

Del mismo modo, la costumbre de pecar, que quita todo temor y acaba con todo sonrojo, podemos decir que endurece verdaderamente el corazón, esto mismo dice el profeta Jeremías: “Señor, los has castigado, y no se han dolido; los destruiste, pero rehusaron aceptar la corrección; tienen la cara más dura que una piedra, no quieren convertirse” (Jer., V, 3).

3. Debilita las fuerzas.

Se puede fácilmente resistir al pecado cuando no está aún viciada nuestra naturaleza, más con la repetición de las culpas se vicia la naturaleza y no se puede ya resistir por haberse debilitado las fuerzas. Habiendo cambiado la costumbre en una segunda naturaleza, dice San Agustín.

Resulta poco menos que imposible que nuestras fuerzas sean suficientes para vencerla y dominarla. En tal caso, si bien conocemos el gran mal que es el pecado y deseamos resistir, nos sentimos del todo impotentes para ello, como dice San Gregorio. Es, por consiguiente, sobremanera deplorable el estado del pecado habitual.

Medios para sanar de este mal.

Aun cuando el vencer y dominar esa costumbre ofrezca la mayor dificultad, como dice San Agustín; sin embargo, con un poco de tiempo y echando mano de algunos medios puede llegarse a acabar con ella.

1. San Agustín nos enseña con su ejemplo que el medio más eficaz es la oración. Él, en efecto, con lágrimas en los ojos pedía de continuo ayuda al Señor, sintiendo, después de la oración, que poco a poco se iban disipando las tinieblas de su entendimiento.

2. Otro de los medios consiste, sin duda, en confesarse sinceramente de las propias culpas cada vez que se recae en el pecado. Entonces, ciertamente, se cura uno de la costumbre de pecar, a la manera que Naamán quedó limpio de la lepra después de haberse sumergido siete veces en el Jordán.

Así que, cuantos más graves sean nuestros delitos y pecados, más continuamente y sinceramente se deben confesar dice San Lorenzo Justiniano.

3. El tercer medio, a semejanza del primero, podemos aprenderlo también de San Agustín. Consiste en el amor de Dios. El santo Doctor exclamaba a este propósito: “Que dulce y es, de repente liberarse suavemente de esas bagatelas; y que a partir que se separaron, que grande gozo tuve”.

Por eso decía de sí mismo que con el amor a Dios podía poco a poco despojarse de aquellos hábitos pecaminosos, y que sí al principio no podía privarse sin mucha pena y esfuerzo de ciertas satisfacciones, con el tiempo llegó a privarse de las mismas con pleno gozo.

Por último. Si, pues, alguno de ustedes se halla en tan miserable estado, eche mano en seguida a estos medios, y deje al punto la pecaminosa costumbre de pecar, ya que, de lo contrario, los malos hábitos que dominan se harán cada día más recios y le esclavizarán hasta tanto que exhale el postrer suspiro, así como dice Job: “Sus huesos, llenos aún de juvenil vigor, yacerán con él en el polvo” (Job., XX, 11).

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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