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Causas y remedios de las recaídas en el pecado | Por Monseñor Dávila

“Ego sum Pastor bonus” (Jn., X, 11). En el Evangelio del domingo segundo de Pascua nos habla de que Jesucristo es el buen Pastor, como él mismo lo dice. Realmente, Jesucristo es el buen pastor porque conoce sus ovejas, y da su vida por ellas.

Por: Redacción 18 Abril 2021 16:41

Si Jesucristo es un verdadero Pastor: ¿Cuál será su rebaño? Su rebaño es la Iglesia, y sus ovejas fieles son los justos y los santos.
 
Pero: ¿Cuáles serán las señales para conocer quienes en verdad son las ovejas fieles de Jesucristo? Las son: los que oyen su voz, y le siguen, y no lo abandonan, y se cuidan del demonio que está representado en el lobo, que roba y dispersa las ovejas.
 
Un verdadero seguidor de Jesucristo, es el que pone en ejecución las virtudes que Nuestro Señor practicó, y se deja gobernar por las máximas que enseñó en su sagrado Evangelio. 
Analicemos ahora: ¿Cuáles serán las señales de las ovejas que no son files a Jesucristo? Las ovejas infieles son: Los que después de Pascua vuelven a caer en los mismos pecados de siempre, los que no oyen la voz de Jesús, sino la voz del mundo, la voz de la carne y de sus corrompidas inclinaciones. Éstas no son ovejas fieles del Salvador, sino son presa del lobo; es decir del demonio.
 
Lamentablemente son una infinidad de cristianos los que incurren en este estado de infidelidad deplorable.
 
Dada la necesidad, vamos a tratar en este escrito: primero sobre las causas de las recaídas en el pecado; y después sobre los remedios que se deben de emplear para preservarse de éstas mismas.
 
LAS PRINCIPALES CAUSAS DE LAS RECAIDAS EN EL PECADO
 
Para este efecto, primero debemos examinar, cuáles son las causas más ordinarias de los pecados que se cometen. Siendo éstas: La naturaleza, la costumbre, y la ocasión.
 
1o. la Naturaleza. Que ha sido viciada y corrompida por el pecado original de tal suerte, que no hay potencia en nuestra alma que no experimente algún defecto.
 
Por esta culpa el entendimiento lo tenemos ofuscado y nublado, la voluntad desordenada, y la sensualidad ha venido a ser en nosotros un cebo y una disposición para toda clase de pecados, que nos pone en peligro de caer en ellos en todo tiempo y ocasión.
 
2o. La Costumbre. La cual es como una segunda naturaleza, tan fuerte, tan impetuosa, tan difícil de romper como la primera.
 
De esto procede que cuando un hombre está habituado a cierto pecado o a determinado vicio, y si Dios no hace una especie de milagro, todas las amonestaciones de los confesores, todas las exhortaciones de los predicadores no tienen prácticamente resultado alguno.
 
La experiencia nos ha demostrado cuan peligrosa suele ser una costumbre viciosa, debido a que esta engendra la estupidez que nos hace insensibles a los riesgos que nos amenazan, y nos quita el deseo de recurrir a los remedios saludables que nos preserven de ella.
 
3o. La ocasión. La naturaleza corrompida y la mala costumbre no producen regularmente acciones malas si éstas no son excitadas por la ocasión.
 
De ahí, procede muchas veces que la ocasión nos hace cometer pecados de los cuales no estábamos acostumbrados. Al principio íbamos al juego, o a ciertas reuniones con los amigos y amigas, al baile, a los lugares de embriaguez y desorden. Otras veces por curiosidad, veíamos alguna escena o imagen peligrosa en TV, o en el Internet.
 
Al principio cuando nos invitaban a esos lugares malsanos, tal vez íbamos con disgusto, y no íbamos sino raras veces; y otras veces por pura o simple curiosidad veíamos escenas peligrosas, y todo ello, lo hacíamos con escrúpulo.
 
Pero, una vez encendidas las pasiones. Ahora ya se va a esos lugares o se ven esas cosas peligrosas con ansia, y también se ha empezado a arrastrar a otros, y en ello encontrando mil ocasiones de pecar, y haciéndonos estas ocasiones caer en un sin fin de pecados; y solo Dios sabe los pensamientos, las pasiones, los malos deseos que tenemos cuando nos hallamos en esos lugares o viendo tales cosas.
 
Ahora veamos los remedios para prevenirnos contra estas recaídas del pecado.
 
REMEDIOS PREVENTIVOS
 
Antiguamente un santo varón usaba de tres medios para liberarse de este mal, y decía: Tengo oración, trabajo, y huyo de lasocasiones. Todo esto ponía en práctica, porque conocía muy bien que son los remedios más eficaces de que podemos servirnos contra las tres causas que conducen a la culpa.
 
Contra la naturaleza corrompida es necesario emplear la oración; contra la mala costumbre es necesario trabajar y luchar con todas nuestras fuerzas para vencerla, y contra la ocasión es indispensable huir de ella.
 
Veamos esta comparación: un caballo o un león no se doman a sí mismos; pues de la misma manera el hombre tampoco puede domarse a sí mismo: para domar aquellas fieras es necesario un hombre, el cual es de una naturaleza muy superior a ellos; y para domar al hombre es necesario recurrir a Dios, que es infinitamente muy superior a él.
 
Si el hombre puede domar un caballo que no ha hecho o creado, ¿con cuánta más razón podrá domarlo el Señor que lo ha creado de la nada? Por esto debemos poner en él toda nuestra confianza, y debemos también implorar su divina misericordia.
 
Debemos de trabajar por parte nuestra, mayormente si la costumbre recae sobre una mala naturaleza. En tal caso procuremos clamar con el rey profeta en el Salmo 68: “Señor estoy sumergido en el cieno del abismo, y no hallo en él fondo alguno”.
 
En efecto, quizá nosotros estamos bien metidos en el cieno de la impureza, quizá también nos domina una costumbre envejecida de blasfemar, de jurar, de murmurar, de embriagarnos, sin acabar jamás de satisfacernos, antes bien nos estamos hundiendo más y más en el abismo de nuestros vicios.
 
Clamemos a Dios como David: pidiéndole que nos alargue la mano, y que nos ayude a levantarnos; pero también nosotros tenemos que ayudarnos en cuanto este de nuestra parte. Debido a que no es un mal de tan poca consecuencia estar dominados por una costumbre pecaminosa.
 
Realmente nosotros dominaremos tal costumbre si vigilamos y velamos sobre nosotros, y si tememos a la justicia divina, ya que el mal hábito se reprime con el temor.
 
Temamos, pues, a los juicios de Dios, temamos, que nos abandone si cometemos tan frecuentemente el pecado que tanto aborrece, y llenémonos de espanto al considerar que la nueva culpa que volvamos a cometer tal vez sea la última y con esto colmemos la medida que Dios nos tiene permitida.
 
Temamos las penas del infierno, para ello, meditémoslas frecuentemente, y creamos que una costumbre criminal es el camino seguro que conduce a la perdición eterna.
 
Pero, después de todo lo dicho, el gran secreto para evitar el pecado es huir de las ocasiones peligrosas: veamos lo que el Señor nos dice en el Evangelio de S. Mateo V, 18: “Si tu ojo te escandaliza arráncalo; si tu mano o tu pie te escandalizan, córtalos”.
 
Es decir, si un empleo, un oficio, un cargo, una persona te es ocasión de pecar, aun cuando te fuera tan apreciable como el ojo, tan útil como la mano, tan necesario como el pie, se debe privarse y separarse de él.
 
Hagamos como hizo el antiguo José, pues cuando la desvergonzada mujer de Putifar lo solicitó a pecar, el santo joven salvó su castidad con la fuga, dejando su vestido en manos de aquella disoluta, que le tenía asido de él, desprendiéndose de este modo más prontamente de sus ruegos importunos.
 
Hagamos, también, nosotros lo mismo cuando aquella mala amistad, nos invita a ir a lugares donde sin duda caeremos en pecado, no nos detengamos a responderle ni a predicarle; huyamos velozmente, evitando encontrarnos con aquella persona, y desviar los ojos de ella como si viéramos a una serpiente. Así como dice el Eclesiástico XXI, 2: “Como de la serpiente, huye del pecado, porque si te acercas, te morderá”; este es el consejo del sabio.
 
Humillémonos mucho delante de Dios a la vista de nuestra mala inclinación; reconozcamos nuestra flaqueza y nuestra imposibilidad para vencerla, y la necesidad que tenemos para ello de la gracia del Señor.
 
Por eso, todas las mañanas, después de haber adorado al Señor y dándole gracias, pidámosle con mucho afecto este particular favor, para que no caigamos en el pecado de cual continuamente nos vemos inclinados. Al medio día, y de tiempo en tiempo, levantemos nuestro espíritu a Dios para renovar la misma súplica.
 
Imploremos constantemente la intercesión de la Santísima Virgen, de los Santos, del Ángel de nuestra guarda, y pidámosles que nos concedan lo que desean las gentes temerosas de Dios.
 
Trabajemos por nuestra parte en desarraigar nuestros malos hábitos; hagamos todas las noches un pequeño examen sobre los vicios o pecados que más nos dominan. 
 
Por los mismo, vayamos frecuentemente a confesarnos, y con el mismo confesor, para que, con la vergüenza de confesar siempre un mismo pecado, y el temor de ser reprendidos, junto con la penitencia que nos imponga, nos sirvan de un freno saludable.
 
También nosotros mismos podemos imponernos alguna penitencia cuando hayamos caído en la culpa; con esto mostramos a nuestro Dios y Señor que, si hemos caído, ha sido por fragilidad, y no por malicia.
 
Huyamos de las ocasiones, evitemos las idas a lugares peligrosos, cuidémonos de vigilar la vista para no dejarnos llevar de la curiosidad en escenas peligrosas en la TV, y en el internet, lo mismo que de las malas conversaciones que nos incitan al pecado.
 
Así nuestros malos hábito se entibiarán poco a poco y por último se extinguirán totalmente: para que en su lugar fomentemos hábitos buenos que nos producirán buenas acciones, y éstas nos aumentarán la gracia de Dios, que nos conducirá a la gloria eterna.
 
La mayor parte de este escrito fue tomado del libro: “Pláticas Dominicales” de San Antonio María Claret.
 
 
Sinceramente en Cristo 
Mons. Martín Dávila Gándara
Obispo en Misiones
Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx
 


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