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Prudencia de los hijos del siglo y de los hijos de la luz/ Mon. Dávila

“Los hijos del siglo en sus negocios son más sagaces que los hijos de la luz” (Lc., XVI, 8)

Por: Redaccion 31 Julio 2017 13:49

En este Evangelio del domingo VIII después de Pentecostés. Nuestro Señor quiere darnos una lección y despertarnos de nuestra negligencia, a fin de que, en el negocio capital de nuestra salvación y de nuestra santificación, pongamos tanta prudencia y cuidado como este mayordomo puso para asegurar su retiro, y como la que ponen los mundanos para enriquecerse y triunfar en sus empresas.

La prudencia de los hijos de este siglo.

1.- Propónense un fin bien determinado, enriquecerse. Ya que para ellos la vida en la tierra se resume en tres cosas que consideran imprescindible: riquezas, placeres, honores.

2.- Para conseguir este objetivo desarrollan una actividad febril. Piensan en ello continuamente, buscan y emplean para ello todos los medios, no descuidan ocasión alguna, estudian, examinan, consultan.

3.- ¡Qué ánimo ponen en esta empresa! Nada perdonan, no ceden ante ninguna dificultad, soportan mil trabajos, fatigas, pasos, viajes.

4.- ¡Qué prudencia y qué habilidad, para evitar los peligros, las catástrofes, para apartar los obstáculos, para reparar las pérdidas!

5.- ¡Qué perseverancia y que tenacidad en todo, para llegar a ser ricos, poderosos, felices en este mundo!

¡Y qué lección para nosotros! Dice un autor cristiano, ¡si los hombres hiciesen en el servicio de Dios la décima parte de lo que hacen para triunfar en el mundo, todos serían grandes santos!

La prudencia necesaria a los hijos de la luz.

1.- También ellos deberían proponerse un fin determinado: enriquecerse para el cielo, asegurar su salvación. ¡Todo consiste en esto! “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es el hombre todo” (Ecles., XII, 13). pero, ¡cuántos cristianos no piensan en ello y hacen todo lo contrario!

2.- Deberían tener un gran ardor, un gran celo en santificarse y en merecer el cielo, emplear todo los medios convenientes, orar, asistir a la Misa, a las instrucciones, recibir los sacramentos, multiplicar las buenas obras, practicar las virtudes cristianas, obrar en todo según la voluntad de Dios.

3.- Deberían ser fuertes y animosos para vencer las dificultades, soportando las penas, las cruces, las pruebas de esta vida, para caminar siguiendo a Jesús.

4.- Deberían, conforme a las palabras de Nuestro Señor, ser “prudentes como las serpientes”, para huir del pecado y todas las ocasiones peligrosas, para evitar o vencer las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne.

5.- En cuanto a la perseverancia en el bien, ¡cuán inferiores son también los hijos de la luz a los hijos de las tinieblas! ¡Cuántos, después de haber comenzado, vuelven la vista atrás, abandonan la virtud y las prácticas religiosas, viven como paganos y acaban miserablemente, ya que sólo será salvo: “El que persevere hasta el fin” (Mt., X, 22).

Por último, pongamos atención, y hagamos por los bienes eternos, por el cielo, lo que los mundanos ponen tanto empeño en hacer por los de la tierra, por un poco de humo. Y para salvar nuestra alma, hagamos por lo menos lo que tan bien sabemos practicar y observar para conservar la salud de nuestro cuerpo.

Cristianos, seamos prudentes, y no usemos de los bienes temporales, de nuestra salud, de nuestro tiempo, sino para santificarnos y para asegurar nuestra entrada en el cielo.

Gran parte de este escrito está tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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