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Consideraciones acerca del cuarto viernes de Cuaresma / Mons. Dávila

En lugares del centro y sur de México se tiene la hermosa devoción de rendir culto en viernes de Cuaresma a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; enfocándose en la caídas que tuvo camino al Calvario.

Por: Redaccion 09 Marzo 2018 14:35

La Cruz a Cuestas.

A fin de profundizar más en esta devoción vamos a considerar como llevó Jesús la Cruz a Cuestas: Una vez oída y aceptada la sentencia de muerte de cruz por Jesús, los soldados hicieron tres cosas notables por orden del inicuo juez.

La primera fue desnudar a Jesús de la púrpura y vestirle sus propias vestiduras, para que fuese conocido por ellas; pero no quitaron la corona de espinas, antes se la dejaron puesta, por no darle aquel alivio.

Ante este hecho, hagamos esta consideración exclamando: ¡Oh dulce Jesús, rey eterno y verdadero, cuya cabeza ciñe esa corona, que representa la perpetuidad de tu reino! Tiempo es ya de que, por nuestros pecados te hayas presentado ante el mundo con las insignias de los condenados a muerte.

En lugar de la caña de hueca que te quitan de las manos, te dan abrazar con ellas el madero de la cruz, y en compañía de ladrones saliste a morir en ella.

La segunda cosa fue traer y llevar allí el madero de la cruz. Consideremos hermanos míos, lo que Jesús sentiría y diría dentro de su Corazón cuando lo vio, cómo interiormente la aceptaba, y diría lo que después San Andrés revelaría:

“Dios te salve, cruz preciosa, que tantos años has sido por mí deseada con gran deseo, amada con gran solicitud, buscada con gran continuación, y estás ya aparejada para el que desea verse junto contigo; ven y te abrazaré con mis brazos; ven y daré un beso de paz, porque tengo que reclinar mi cabeza y dormir en paz el último sueño de la muerte”.

La tercera cosa fue sacar de la cárcel otros dos ladrones para que fuesen con El por el camino, lo cual resultaba en gran ignominia del Salvador, para que fuera tenido por ladrón y malhechor. ¡Con cuán diferentes ojos miraron estos ladrones la cruz, estremeciéndose con su vista y cerrando los ojos para no verla!

Que contraste. Estos amaron la culpa y aborrecieron la pena; a diferencia de Nuestro divino Redentor que amó la pena y aborreció la culpa. Estos huían de la pena que merecía la culpa ajena.

Por lo tanto. Agradezcamos a Nuestro divino Salvador, por la dulcedumbre con que abrazó la pena de la cruz para librarnos a nosotros de ella.

Por lo mismo, tenemos que cambiar nuestros corazones a semejanza del Redentor, porque ya que, como los ladrones hemos cometidos culpas, aceptemos de buena gana las penas que merecen nuestros pecados.

Cargando Jesús la cruz salió caminado hacia el monte Calvario. Sobre este punto tan lastimoso tenemos que considerar la grande afrenta de Cristo en aquella primera salida de casa de Pilatos, cargado de su cruz y en medio de ladrones, con voz de pregonero que publicaba sus delitos, y con griterío del pueblo,concurriendo innumerable gente a ver este espectáculo.

Consideremos la grande aflicción y dolor que sentiría el cuerpo debilitado y flaco de Jesús con carga tan pesada. ¿Qué de veces tropezaría y se arrodillaría con el peso, por estar el cuerpo muy debilitado con los tormentos pasados? ¿Cómo sudaría de congoja, oprimido con la carga de aquel madero? ¿Cómo iría regando las calles con la sangre que corría de las llagas oprimidas y exprimidas con aquella viga de lagar que caía encima de ellas?

Miremos la Sangre de Dios humanado, sangre de infinito valor, mezclada con el lodo de las calles y hollada de viles hombres. Pidamos a los Angeles del Cielo, que vengan a recoger esta preciosa sangre. Y que vengan también a ayudar a este Señor tan desangrado para que pueda llevar tan pesada carga.

¡Dulce Jesús quien pudiera llevar esa cruz sobre sus hombros para que recibieran algún alivio los tuyos!

Mas ya vemos, Señor, que son necesarios los hombros del divino Redentor para llevarla.

Consideremos cuánto más sentía Jesús la carga de nuestros pecados que la carga de la cruz; porque si el real profeta David decía que sus pecados para él eran una carga muy pesada. ¿cuánto más pesada sería la carga de los pecados de todos los hombres pasados, presentes y por venir, la cual cargó toda sobre este Señor, de quien dice Isaías: “Todos nosotros erramos como ovejas, cada uno se fue por su camino; y el Señor puso sobre El la maldad de todos nosotros”.

Nuestros pecados, ¡oh dulce Jesús!, son los que cargan sobre tus hombros. ¡Oh, ojala nunca los hubiéramos cometido para no darte tanto trabajo! Pero ya que la culpa es nuestra, razón es que llevemos parte de la pena y que carguemos sobre nuestros hombros nuestra propia cruz que tenemos bien merecida.

Nosotros, Señor, nos ofrecemos a llevarla como Tú llevaste la tuya. Por lo mismo, propongamos a Jesús aceptar la cruz que el Señor nos envíe, ofrezcámonos a llevarla en pos de El hasta la cumbre del Calvario.

Camino de la Calvario.

En el camino del Calvario, no solo es ayudado Jesús a llevar su cruz por el Cirineo, y consuela a las hijas de Jerusalén, sino que también se encuentra con su Santa Madre.

Encuéntrase Jesús con su Madre. La Virgen, oída la triste noticia de la condenación de su Hijo a muerte, salió con San Juan y con la Magdalena y otras devotas mujeres en su busca, siguiéndole con excesivo dolor por el rastro de la sangre.

Al tiempo que Jesús volvió el rostro a las hijas de Jerusalén levanto sus ojos para ver a su Madre, y la Madre levantó los suyos para ver al Hijo; encontrándose los ojos de los dos, se penetraron los corazones y cada uno quedó traspasado de dolor con la vista del otro.

¡Qué cuchillo tan agudo penetró el alma de la Virgen cuando vio a su amado Hijo con aquella corona de espinas que su madrastra la sinagoga le había puesto! ¡Y cuándo vio su divino rostro tan desfigurado, su cuerpo tan encorvado con la carga de aquel pesado madero, en medio de dos ladrones y rodeado de innumerables sayones que por todas partes le atormentaban!

Si la hijas de Jerusalén así lloraban y sentían las penas de Jesús, ¿cómo las lloraría y sentiría la que le tenía por Hijo y por su Dios? Alzó luego María los ojos de su alma al Eterno Padre y viole en espíritu, que estaba con el cuchillo y con el fuego para el sacrificio de su Hijo, y con grandes gemidos de corazón diría: “¡Oh fuego del amor divino, que nunca dices basta; di esta vez basta, pues harto ha padecido mi Hijo para que el mundo quede remediado!”.

Por lo mismo exclamemos también nosotros: ¡Oh Padre de misericordia! ¡Por qué quieres que tu Hijo sea sacrificado a la vista de su Madre y asistiendo Ella al sacrificio? Nuevo tormento es éste del Hijo y de la Madre, pues ¿por qué Señor quieres que crezcan los tormentos del uno con la presencia del otro? Mas ya sabemos, Señor, tu costumbre en atormentar mucho a los que mucho amas, para que crezcan mucho en tu amor o descubran el que te tienen, estimando en más tu santa voluntad que la suya, y ofreciéndose a morir por dar vida a los que le aman.

¡Oh Virgen sacratísima! Pues tanto amas a los pecadores que te ofreces con tu Hijo a morir por ellos, mostradnos a nosotros el amor que nos tienes en darnos a sentir los dolores que sentiste viendo a tu Hijo tan lastimado, para que nos ofrezcamos a morir con El a todo lo terreno, crucificando nuestra carne por su amor.

Por último. Ofrezcamonos a Jesús para ayudarle como el Cireneo a llevar la cruz, lo cual haremos abrazándola con la abnegación y mortificación interior; ofrezcámonos también a la Santísima Virgen para acompañarla, como buenos hijos, en los dolores acerbísimos que sufre en la Pasión de Cristo.

Gran parte de escrito fue tomado del libro: “Meditaciones Espirituales” para todos los días del año por el P. Francisco De la Paula Garzón

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus Comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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